sábado, 11 de agosto de 2012

¿Dónde jugarán mis niños?

yuliana.ortega@gmail.com

La tarde soleada, el viento tibio, eran pasadas las tres de la tarde y el día de verano que transcurría podría encajar perfectamente dentro de los anhelados días de diciembre, así que mis niños y yo decidimos salir a jugar, definitivamente el clima lo ameritaba.

El parque más cercano a nuestra casa, es un “parque precario” por así decirlo: tiene un tobogán, dos aros, una hamaca, zacate a veces alto a veces bajo, un sube y baja inservible, un intento de silla mecedora que está convertida en un verdadero atentado de tornillos salidos con hierro oxidado y nada más.  Si se preguntan porqué vamos a este parque, después de este día yo también me lo pregunto.

El parque es un cuadrado que tiene tres de sus lados cercados de casas, la entrada del parque da a la calle.  Apenas llegamos nuestro primer encuentro fue con un muchacho que no podía tener más de 30 años, plácidamente dormido junto al muro de una casa. Su olor: amoniaco combinado con sudor de varios días.

Mis hijos lo miraron fijamente y luego me miraron a mí, Elisa se puso un dedo en la boca e hizo ¡shhh!, Daniel: ¿Mamá que hace ese muchacho? Está durmiendo Dani.
Siguieron su camino corriendo hasta una hamaca, la única, pronto se convirtió en punto de discordia, los separé. Elisa corrió al tobogán.

No habían pasado ni cinco minutos cuando llegaron al parque una pareja de jóvenes, puedo apostar que menores de 18 años, parecían totalmente normales, la muchacha tenía cuadernos en la mano; en uno de ellos empezó a enrolar su cigarro de marihuana.  Con mucha dificultad debido a los vientos tipo diciembre y sin ningún tipo de reserva, alistaron más de 10 cigarrillos, luego empezaron a fumar.  Pensé inmediatamente en mis hijos, por el momento corrían de un lado a otro con caras de preocupación por nada, solo por quien corría detrás de quien.

Los otros “niños” no jugaban en el parque ¡fumaban! Pensé en que momento dejaron de jugar.  Esta nueva ola de “niños fumadores”, no sé si los habrán oído hablar, resultan ser todos naturalistas “pero si la marihuana viene de la naturaleza, es natural, solo mata neuronas pero nada más”, tan lindos ellos y también son pacifistas “pero si no le hacemos daño a nadie”.

¿Dónde conseguirán el dinero para comprar la droga? ¿A quién la comprarán, en que lugares andarán? ¿Sabrán sus papás que hacen? ¿Sabrán y no harán nada, pensarán que sus todavía “niñitos” no andan en esos trotes? Tendría que haber una gran cantidad de ciegos, porque la cantidad de jóvenes fumando marihuana es grande también y a la vista de todos.

Para mi es como jugar a la ruleta rusa, no se sabe quién saldrá vivo de esa aventura, para algunos será un pasatiempo de la juventud, para algunos la iniciación a drogas más estimulantes ya de adultos y para otros, vicio fatal.

Por supuesto mis niños pequeños siguen corriendo despreocupados sin saber todavía que clase de mundo les rodea a solo metros de distancia.

El viento se ha puesto ya más frío y decido que es hora de irnos, nos vamos, mientras salimos del parque vemos que el muchacho joven ya se ha despertado, se rasca la cabeza y tiene una taza de comida en la mano, tengo muchas ganas de preguntarle como llegó hasta aquí, pero no es el momento.  Pienso en las ironías de la vida, las dos escenas son compañeras entre si, a lo mejor este muchacho, estuvo en algún momento del otro lado del parque con sus cuadernos en el regazo jugando a ser muy liberal y moderno y ahora está aquí.

Mis hijos son mejores que yo: ellos no juzgan, no clasifican; Elisa le dice “Hola” y el muchacho le responde con una sonrisa.

Alzo a Elisa para cruzar la calle y a Daniel lo tomo de la mano, los siento cerca de mí, protegidos, mientras puedo.

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